viernes, 29 de octubre de 2010

La Huelgona.1962


Es de sobra conocido que si hay una fecha clave en la historia del movimiento obrero en el franquismo ése es el año 1962. Entonces, especialmente entre los meses de abril y mayo, una ola ininterrumpida de huelgas sacudió el país, dando lugar a la mayor explosión de conflictividad obrera a la que se había enfrentado el régimen hasta el momento. La minería asturiana, a la cabeza de las protestas, fue la que llevó la iniciativa de un movimiento que se extendió por gran parte del territorio nacional y que afectó a centenares de miles de trabajadores. Los conflictos de 1962 comenzaron en los primeros días del mes de abril, concretamente el día 12, cuando siete picadores de la mina Nicolasa plantearon trabajar a jornal siendo sometidos, por su bajo rendimiento, a un expediente disciplinario con amenaza de despido. Prendida aquí la llama del conflicto, todo un movimiento de solidaridad con los expedientados se extendió por otros pozos de Fábrica de Mieres, alcanzando pronto a la cuenca de Turón. El día 17 pararon los mineros de la cuenca del Nalón, el 18 la huelga se extendió al valle del Aller y el 23 se sumó la mina gijonesa de La Camocha. En el mes de mayo los límites de la minería se vieron desbordados y los paros se repitieron en fábricas y talleres de la industria siderometalúrgica, en los astilleros, la construcción y en muchas empresas de la industria ligera [1].


Manifestación en Bruselas
El movimiento de protesta de los trabajadores era ya imparable. Pero, ¿dónde estaban las mujeres mientras tanto?, ¿cómo afrontaban ellas la conflictividad laboral? Desde el momento en que se iniciaron las huelgas las mujeres intervinieron en ellas, en un principio de forma aislada y espontánea y, a medida que se generalizaban los conflictos, de forma cada vez más organizada y coordinada. Su papel fue fundamental en el sostenimiento del conflicto y sus acciones fueron una pieza clave para permitir que la resistencia obrera se prolongara hasta el mes de junio. Las primeras referencias a la presencia de mujeres en el ámbito de la huelga se remontan a los primeros días de paros. El día 12 Fábrica de Mieres había anunciado la resolución de los contratos laborales y había transmitido al jefe de los Economatos la relación del personal al que no se le podía suministrar ningún artículo [2]. En respuesta, según se recogía en un telegrama enviado desde la Jefatura Superior de Policía de Oviedo al Gobernador Civil, el corte de suministros había provocado entre las mujeres de los trabajadores del Pozo San Nicolás "alguna protesta" sin importancia [3]. Una descripción similar se repetía en otro informe del 13 de abril, en el que se reconocía la existencia de protestas de mujeres en el exterior del Pozo San Nicolás y otros de Fábrica de Mieres [4]. Pese a que también se aludía a éstas como actos "sin mayor importancia", el día 20 el régimen decidió adoptar medidas preventivas y trasladar a Mieres otra Sección de la Policía Armada con instrucciones de patrullar constantemente los barrios obreros y la propia villa para actuar sobre cualquier grupo que ofreciera "actitud sospechosa" [5]. Asimismo, el día 23 de abril se decretó el cierre de los pozos afectados y se intensificó la presencia policial en ambas cuencas, especialmente en mercados de abastos [6]. Al régimen no sólo le preocupaba la posibilidad de que los trabajadores se atrincheraran en el interior, sino también lo que los familiares, especialmente las mujeres, pudieran hacer en las inmediaciones, como había ocurrido en los conflictos de los años 1957 y 1958.

Pero las mujeres no sólo protagonizaron protestas motivadas por el corte de suministros. A partir del mes de abril estas iniciativas se combinaron con acciones más contundentes dirigidas a extender el conflicto que provocaron, a su vez, una acentuación de las medidas represivas. Por ejemplo, la tarde del mismo día 26 la Policía Armada intervino en Barredos (Laviana) para disolver una concentración de mujeres que se habían reunido para boicotear la entrada al cine, en protesta por el hecho de que parte de la población siguiese realizando una vida cotidiana regular pese a la gravedad de la situación en las cuencas [8]. El día 29 varias mujeres trataron de evitar que los trabajadores de Sorriego continuaran su actividad, arrojando maíz y arroz a su paso, y al día siguiente se presentaron en Carbones Asturianos, en el Pozo Barredos y en La Camocha para impedir la entrada al trabajo de los mineros [9]. Asimismo, una manifestación de vecinas del poblado de la Vega (Gijón), cercano al Pozo de la Camocha, provocó el paro de los operarios de Fomento de Obras y Contratas, del sector de la construcción. Para ampliar sus acciones, las mujeres e hijas de los mineros hicieron extensivo su acoso hacia aquellos que no secundaban la huelga, abucheándoles e insultándoles cuando se dirigían al trabajo [10]. También el mes de mayo comenzó con una intensa actividad de las mujeres. Ya desde los días previos las autoridades tenían constancia de la posibilidad de acciones colectivas femeninas y adoptaron, por ello, medidas preventivas, reforzando las cuencas con dotaciones de la Policía Armada. Por ejemplo, en una nota del Servicio de Información de la Guardia Civil de 26 de abril de 1962 se aseguraba que las mujeres del Caudal acudirían en masa los días 1 ó 2 de mayo a los Economatos de Hulleras de Turón y de Fábrica de Mieres para que se les despachasen artículos alimenticios y que lo harían llevando consigo a sus hijos menores. Según la misma información, las mujeres de la barriada de La Joécara iban a ir a Sama en manifestación "apoyando la huelga de sus maridos y rompiendo los escaparates de las tiendas de dicha localidad". Aunque se afirmaba que ambas noticias debían ser tomadas "a título de rumores y comentarios", ante la posibilidad de que pudieran tener efectividad se tomaron las medidas de seguridad y prevención pertinentes [11]. Y, en efecto, el día 2 cerca de un millar de mujeres, algunas con pancartas, se repartieron por los centros hulleros del Nalón para evitar que los esquiroles se incorporaran al trabajo. Comunistas como Ana Sirgo, Constantina Pérez o Celestina Marrón, hicieron una intensa labor de concienciación entre las vecinas de las comunidades mineras, celebrando reuniones clandestinas para organizar la solidaridad y difundiendo sus consignas en los lugares frecuentados por las demás mujeres. Durante la madrugada, un grupo liderado por éstas recorrió las calles de Sama animando a sus vecinas a que se sumaran a la acción hasta que, finalmente, unas 250 mujeres se congregaron en las inmediaciones del Pozo Modesta, insultando a los obreros y tratando de interrumpir la circulación rodada [12]. La respuesta del régimen, representado en la persona del Cabo Pérez, fue proceder con la mayor dureza. Once mujeres, todas ellas comunistas o familiares de militantes comunistas, fueron detenidas y maltratadas en los calabozos de la policía municipal de Langreo antes de ser ingresadas en la Cárcel de El Coto de Gijón. Según la documentación policial, ingresaron en prisión Isabel Bejarano Palomino, Josefa Suárez Viego, Laudelina Roces Terente, Ester Amaro Suárez, María Luz Morán Díaz, Isaura Díaz López, Celestina Baragaño García, María Fernández Zapico, Eloína Zapico Roces, Paz Baragaño García y Honorina Díaz Solís [13]. De forma simultánea a estas concentraciones, se promovieron otras similares en las inmediaciones de Carbones La Nueva, Carbones Asturianos, María Luia, Talleres de Santa Ana, Sotón, San Mamés y Barredos. Un centenar de mujeres salió de Ciaño y se enfrentó a la Guardia Civil, por lo que cerca de una treintena de ellas fueron detenidas. El día 3 de mayo las acciones se repitieron, aunque con menor intensidad. No obstante, fueron detenidas en San Martín del rey Aurelio tres mujeres acusadas de haber organizado el piquete que, partiendo de El Serrallo, había provocado el paro de la actividad en el cargadero de carbón de Santa Bárbara. A las activistas de los días 2 y 3 se les impuso un arresto de 72 horas [14]. Asimismo, el día 2 de mayo en Sotrondio y el día 3 en Blimea, se produjeron manifestaciones de mujeres, acompañadas de sus niños, para denunciar la situación de precariedad en la que vivían. Una vez más, pese a que la actitud de las manifestantes fue en todo momento pacífica, fueron disueltas con contundencia y brutalidad. En los días siguientes las acciones se repitieron y así, con el objetivo de boicotear el acceso de dos operarios a la Mina Cantiquín, de Coto Musel, se concentraron el 10 de mayo a la entrada de los vestuarios nueve mujeres, dos de ellas con niños de pecho en sus brazos, de Les Linariegues, un pequeño caserío próximo a Laviana. Todas las integrantes del piquete, a excepción de estas dos últimas, fueron detenidas por insultar a los trabajadores y forzar la paralización de la mina. A pesar de que sólo provocaron el paro de dos mineros, las mujeres detenidas, todas ellas vinculadas al Partido Comunista, tuvieron que permanecer un mes en la prisión de El Coto de Gijón. Entre ellas estaban María Alonso Suárez, Manuela Fernández Alonso, Carmen Fernández Alonso, Ángeles González Gamonal, Dolores Marcos Castro, Aurina Martínez Alonso y Ana San Pablo García [15]. A pesar de que la respuesta policial no dejaba lugar a dudas, las mujeres siguieron adelante con sus reclamaciones y el día 21 de mayo "varios centenares" de ellas partieron de la Iglesia del Corazón de María en Oviedo para manifestarse en apoyo de los huelguistas [16]. Pero además de organizar piquetes, concentraciones y manifestaciones, desde el momento en el que se produjeron las primeras detenciones de los trabajadores, se organizaron nuevamente grupos de mujeres de preso para ir a visitar a las autoridades. Una delegación de mujeres acompañadas de sus hijos se presentó, el 21 de abril, en la Comisaría de Policía de Oviedo para interesarse por la situación de sus maridos detenidos; el día 26, un grupo de esposas y madres de los mineros se reunió con el Gobernador Civil, Marcos Peña Royo, para reclamar la libertad de sus familiares, mientras otro llevó ante el Colegio de Abogados, de Médicos y ante el Obispo las mismas reclamaciones. También en julio de 1962 varias mujeres dirigieron una carta al Gobernador Civil solicitando la libertad de los trabajadores presos tras los conflictos de abril y mayo [17]. Además, se organizaron para llevar a cabo otro tipo de acciones que permitieran la prolongación en el tiempo del conflicto, como la recaudación de ayudas económicas para ayudar a las familias de los huelguistas, entre las que repartían, metiéndolos por debajo de la puerta, sobres con dinero llegado del exterior.


Tras las huelgas, siguieron movilizándose allí donde la situación de los trabajadores lo requería y así ocurrió, por ejemplo, con los mineros deportados tras los conflictos. Sus mujeres organizaron protestas ante los economatos, concentraciones ante comercios y colectas o cuestaciones económicas. Decidieron personarse, cada día de paga, en los alrededores de las instalaciones hulleras; enviaron escritos a las autoridades, organizaron manifestaciones y se encerraron en iglesias para llamar la atención pública. En octubre de 1962, por ejemplo, una comisión de mujeres viajó a Roma para pedirle apoyo al Papa mientras, desde el Caudal y el Nalón, se organizó una marcha a Oviedo para ejercer una mayor presión sobre las autoridades [18]. Cuando en julio de 1963 la actividad laboral de los hombres volvió a paralizarse, las mujeres se pusieron de nuevo en movimiento. De hecho, fue en ese año cuando tuvo lugar uno de los episodios más conocidos de la historia de la represión en Asturias. El 2 de septiembre, Ana Sirgo y Constantina Pérez fueron detenidas mientras intentaban movilizar a un grupo de mujeres para bloquear el acceso al Pozo Fondón. Hasta que se decidió su ingreso en prisión, ambas permanecieron en los calabozos de la policía en Sama, donde estaba también el marido de Anita, Alfonso Braña. Al descubrir que éste estaba siendo torturado, ellas comenzaron a hacerse notar, insultando, gritando y pataleando para llamar la atención de los transeúntes, actitud que indignó a los funcionarios, quienes respondieron golpeando a las detenidas, a las que acabaron rapándoles el pelo. Anita y Tina estuvieron detenidas ocho días, para que les creciera el pelo antes de salir a la calle. Una vez pasado ese tiempo, les fue ofrecida la posibilidad de quedar en libertad siempre y cuando se pusieran pañoletas en la cabeza para disimular el rapado, condición que ambas se negaron a aceptar, por lo que fueron trasladadas a la Cárcel Modelo de Oviedo, donde permanecieron un mes [19].

Sin embargo, tampoco ahora la represión logró paralizar la actividad de las mujeres, que siguieron luchando por sacar adelante a sus familias, por defender a los trabajadores y por llevar los conflictos de los hombres a todos los rincones del país. Las huelgas de 1962 supusieron el punto de partida de un movimiento que era ya imparable. Actuando unidas, convencidas de la legitimidad de sus reivindicaciones y utilizando sus propias armas -ya fueran éstas abucheos, tacones, patas de sillas o puñados de pimentón picante-, las mujeres de los trabajadores se enfrentaron sin descanso al régimen y lograron hacerse oír con una voz que resonó dentro y fuera de nuestras fronteras. La importancia de su labor es incuestionable y así lo han reconocido tanto las organizaciones políticas como los hombres hacia los que iba dirigida su ayuda, que siempre tienen para ellas un recuerdo emocionado. Sin embargo, la historia demasiado a menudo se ha olvidado de hacerlo y ha pasado por alto que las trayectorias militantes de estas mujeres están llenas de grandes acciones que hacen que la lucha contra la dictadura lleve también sus nombres. Los nombres de todas aquellas esposas, madres, hermanas o hijas que se enfrentaron a cualquier obstáculo para que la supervivencia de sus familias estuviese garantizada; de todas aquéllas que respondieron a la represión haciéndose fuertes ante ella y dando muestras de unas firmes convicciones políticas; de todas las luchadoras valientes e íntegras sin cuya labor, en definitiva, nada habría sido igual. La dedicación y entrega de todas ellas durante los difíciles años de la dictadura hace que sean, hoy en día, un auténtico símbolo de la lucha antifranquista, un motivo de orgullo para el conjunto de la clase obrera y una inestimable referencia para las mujeres de las generaciones posteriores
Claudia Cabrero Blanco
Fundación Juan Muñiz Zapico
Licenciada en Geografía e Historia por la Universidad de Oviedo
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La huelga minera del 62
La movilización, que puede considerarse el inicio de la transición, coincidió con el «contubernio de Múnich», el encuentro que unió a antifranquistas de derecha e izquierda

José Ignacio Gracia Noriega


La huelga minera del 62 en Asturias constituyó un acontecimiento muy importante en la historia de España. Huelgas había habido muchas, pero ninguna que significara lo que ésta: un pulso a la dictadura. Podrá decirse que el pulso quedó en tablas, aunque lo de «quedar en tablas» en este caso fue a corto plazo, porque si quien tiene la sartén por el mango no gana claramente es que ha perdido.

Asturias tenía un prestigio épico en el movimiento sindical europeo, avalado por los sucesos revolucionarios de Octubre de 1934. Aquella revolución que nadie hubiera querido tener en su territorio era celebrada treinta años más tarde como épica y heroica. Cierta vez que Arcadio (Cayo) García fue a Inglaterra, por algún motivo sindical, regresó sorprendido de que en algunos locales de las Trade Unions colgaran de las paredes mapas de Asturias e incluso fotografías de Manuel Llaneza. Gracias a Llaneza el sindicalismo minero asturiano se hizo respetable y prestigioso en el resto de España, y, como bien había visto Cayo, de Europa.

Llaneza era un sindicalista con un gran sentido pragmático: luchaba por lo posible, con lo que a los pocos años de su muerte vinieron a contradecirle los sucesos revolucionarios de Octubre de 1934, que pretendían conquistar lo imposible. A este respecto, Hugh Thomas recuerda el discurso incendiario lanzado por el sindicalista Manuel Grossi desde un balcón del Ayuntamiento de Grado en el que proponía la conquista del cielo, la sociedad sin clases, el comunismo perfecto.

Y a partir de 1934, aunque los revolucionarios fueron derrotados, los mineros merecieron muchísimo respeto, en primer lugar, a las fuerzas del orden. Vagamente se temía que pudieran repetir la intentona de 1934. Por eso, cuando en 1962 se inició una huelga de mineros en Asturias de proporciones desconocidas hasta entonces, la medrosa burguesía asturiana se echó a temblar. Los caminos de las dos grandes cuencas mineras, la del Nalón y la del Caudal, confluyen en Oviedo siguiendo las aguas del río Nalón que casi a las puertas de la ciudad recibe las aguas del otro río entonces también negro, el Caudal.

Muchos años más tarde, cuando la situación ya no era la misma que la de los primeros años de la década de los sesenta, cuando se corrió la voz de que los mineros vendrían a Oviedo a apoyar una manifestación de Coordinación Democrática, las fuerzas del orden patrullaban como si se temiera una invasión en toda regla, e incluso pusieron a sobrevolar un helicóptero, lo que en aquella época era un lujo. Todavía no había descubierto Juan Luis Rodríguez-Vigil las grandes posibilidades de todo tipo que ofrece el aire, y de las que se percató alquilando un avión-taxi para no perderse un «rendez-vous» con Alfonso Guerra.

El helicóptero sobrevolando Oviedo no sé si resultaría muy efectivo como fuerza disuasoria o represiva, pero demostraba que las autoridades estaban dispuestas a hacer un gasto extra de gasolina a cambio de demostrar sus poderes. Del mismo modo que el cardenal Cisneros abrió las ventanas y mostró el patio lleno de cañones a los levantiscos, el gobernador civil de aquel tiempo puso el helicóptero a volar y dijo también: «Éstos son mis poderes». En cualquier caso, aquel día no acudieron los mineros, y la manifestación fue más bien insípida, salvo por el helicóptero.

Esta manifestación del helicóptero, en cualquier caso, no hubiera sido posible sin la gran huelga minera del 62. Tal vez no sea exagerado afirmar, o siquiera insinuar, que con la huelga del 62 empieza la transición. Lo cierto es que durante aquella «década prodigiosa» de los sesenta, muchas cosas cambiaron en Asturias, en España y en el mundo, y es evidente que la gran huelga contribuyó a ese cambio.

Los mineros que veintiséis años antes habían tomado Oviedo «con la dinamita en la mano» resistían ahora en sus valles una huelga de proporciones considerables. Los sucesos de Mieres o Langreo resonaban en el mundo entero, salvo en España, y mucho menos en Oviedo. Como decía Juan Benito Argüelles, había que enterarse por «Le Monde» de que había huelga a veinte kilómetros de Oviedo.

«Le Monde» informaba mucho mejor que «Le Figaro», los dos periódicos franceses que se recibían en el salón del limpiabotas de Olegario, en la calle de las Milicias Nacionales. También se recibían en la Alianza Francesa, con algún retraso, pero al menos había la garantía de que los periódicos no serían retirados por la Policía, cosa que podía suceder en los quioscos.

Muchas personas se habían hecho socios de la Alianza Francesa para enterarse de lo que estaba ocurriendo al lado de Oviedo. En la Oficina de Información del Arzobispado, en el edificio de la Caja de Ahorros, dirigida por un joven, culto, inquieto y prometedor sacerdote de elegante sotana sin brillos llamado Víctor de la Concha, también se recibían periódicos franceses, pero sobre todo revistas: «Temps Modernes», «Cahiers du Cinema», «Positif»...

Aunque se habla de la huelga del 62, tal vez sea más apropiado referirse a «las huelgas de 1962», que es como se titula un volumen coordinado por Rubén Vega y publicado por Trea con la Fundación Juan Muñiz Zapico: «Las huelgas de 1962 en Asturias». En febrero de 1962 el Gobierno de Franco solicita la apertura de relaciones con la Comunidad Económica Europea; poco después se inicia el Concilio Vaticano II en Roma y en junio, sectores de la oposición antifranquista, del interior y del exilio, desde monárquicos juanistas a socialistas prietistas, se reúnen en Múnich, dando lugar a la indignación -más bien pataleta- del régimen, que puso en circulación el término denigratorio de «contubernio» para señalar que algunas personas «de derechas de toda la vida», eso era lo que más dolía, habían entablado conversaciones con «rojos» malos, masónicos y ateos.

Entre los que acudieron al «contubernio de Múnich» se encontraba el democristiano Alfonso Prieto, catedrático de Derecho Canónico de la Universidad de Oviedo, quien al regreso fue retenido por la Policía en la frontera, y enviado al destierro de algún apartado lugar de la geografía peninsular durante una temporada. A su regreso, el catedrático refería los detalles de su detención con acento no exento de dramatismo: «Primero me ordenaron que me quitara la corbata, después los cordones de los zapatos...». En este contexto, «aquellas huelgas representaron mucho más que un vasto movimiento reivindicativo laboral, adquiriendo una extraordinaria significación tanto en el orden interno como en el internacional», escribe Rubén Vega.

La dictadura reaccionó frente a la huelga de la única manera que es capaz de hacerlo: con represiones y a palos. De lo contrario no sería dictadura. Particularmente siniestra fue la actuación de un capitán Caro, que adquirió triste fama por los procedimientos que empleaba para interrogar, que fueron frívolamente minimizados por un jerarca del régimen, posteriormente reconvertido en demócrata, que consideraba que rapar la cabeza a las mujeres y hacerlas tragar aceite de ricino y pegarle cuatro palos al contumaz que se resistía a responder a sus preguntas eran cosas de poca monta.

Con este motivo se elaboró un documento de «intelectuales», que copiaba el manifiesto de los intelectuales franceses contra la guerra de Argelia, y mucho antes, la famosa protesta encabezada por Zola que también firmó Marcel Proust. El documento de los «intelectuales españoles», en el que figuraban muchos que posteriormente serían «profesionales de la firma», estaba encabezado por una personalidad incontestable en todos los órdenes, tanto como filólogo y crítico literario, como liberal, aunque apartado siempre de la política, don Ramón Menéndez Pidal, el casi centenario director de la Academia de la Lengua. Quienes fueron a pedirle la firma dudaban de que se la diera. Pero como me contó su sobrino, Álvaro Galmés de Fuentes, al saber de qué se trataba, pidió el pliego, sacó la estilográfica y firmó el primero: «Contra el cabrón de Franco, lo firmo todo». En segundo lugar firmó Ramón Pérez de Ayala.

Un «Homenaje a las mujeres de las huelgas del 62», editado por CC OO, recuerda aquellos sucesos. La obra incluye el documental «A golpe de tacón», de Amanda Castro. Una breve película bien hecha en la que Cristina Marcos otorga veracidad y dignidad al valeroso personaje que interpreta, en tiempos que la palabra «solidaridad» era algo más que un simple lema publicitario a cargo del demagogo de turno.


1962: Había una luz en Asturias...
Ignacio Quintana Pedrós*

En la primavera de 1962 se inició en las cuencas mineras de Asturias una huelga silenciosa y pacífica, que puso en un brete la dictadura del general Franco. Esa es la historia que en este abril de 2008, cuarenta y seis años después, se convierte en el último libro de Jorge Martínez Reverte, La furia y el silencio. Asturias, primavera de 1962. El autor relata detalladamente los sencillos acordes épicos entonados por aquellos trabajadores, hombres y mujeres, que aprendieron a vivir sin miedo esa despiadada dictadura, con las manos desnudas y en silencio.

La narración de este libro la inician el 7 de abril de 1962 siete picadores que decidieron dar la cara, exigiendo que se cumplieran sus reivindicaciones. Fueron siete compañeros de Nicolasa, el pozo minero San Nicolás en la cuenca del Caudal. Concluye esta narración el 10 de junio, cuando los últimos huelguistas se reincorporaron a sus puestos de trabajo. En esos dos meses se había gestado una nueva forma de afrontar las temibles dificultades en las que teníamos que movernos, tanto los que no estábamos de acuerdo con esa dictadura, como aquellos trabajadores que, simplemente para conseguir unas mejoras económicas, unas condiciones de vida más dignas, se vieron inmersos, como sin darse cuenta, en la lucha por la libertad, por todas las libertades.

La exigencia de aquellos siete picadores de Nicolasa, fue la chispa que incendió la pradera. La onda expansiva y solidaria de las huelgas en las minas y, luego, en las fábricas asturianas, se extiende a la industria vizcaína y la vecina Guipúzcoa. El 4 de mayo el gobierno decreta el estado de excepción en esas tres provincias, pero la contención de esa ola será vana. La minería leonesa se suma de inmediato y, a lo largo del mes, Madrid, Barcelona, Puertollano, Cartagena, El Ferrol, Vigo y muchas otras localidades de Andalucía, Aragón, Castilla, Canarias… También se unen estudiantes universitarios, artistas, intelectuales y unas reanimadas fuerzas políticas de oposición a la dictadura. Los jóvenes que participamos en esos acontecimientos, recibimos una clase muy práctica de política. Nos fuimos dando cuenta de que esas huelgas habían cambiado nuestro país. Después de esa primavera de 1962, España fue diferente.

"Hay una luz en Asturias", como cantaba entonces Chicho Sánchez Ferlosio, "que ilumina España entera" porque "es que allí se ha levantado toda la Cuenca Minera". Era una de las versiones de esa copla antifranquista que en esa primavera de 1962 escribió y cantaba Chicho en la Universidad de Madrid, esa ciudad que, digan lo que digan nacionalistas de medio pelo, es una ciudad envidiable, excelente, indomable y generosa. Como lo fue en 1808 o en 1936. Pero volvamos al tema que nos ocupa. Después de las huelgas mineras y en la industria de 1962, 1963, 1964…, siguen unos inacabables quince años, hasta conseguir la democracia española y su Constitución de 1978.

La furia y el silencio se lee como una novela, pero todo lo que se cuenta es verdad. Los hombres, las mujeres y los lugares, lo mismo que los sucesos, son auténticos. Es una historia colectiva que da vida a personas anónimas. Además yo creo que, en esas doscientas ochenta páginas, su autor cuenta cosas nuevas y, sobre todo, de una manera nueva. Algunos mayores solemos sacar a pasear, de cuando en cuando, a nuestros muertos preferidos, publicando sus esquelas conmemorativas. No es el caso, por supuesto, de lo que escribe Jorge Martínez Reverte. Lo digo para animar a los jóvenes de hoy la lectura de este libro.

Su autor ha obtenido múltiples ayudas informativas para escribir esta obra, tanto del Archivo Histórico del Principado, en el que se conservan los informes policiales de aquellos dos meses, como de personas que vivimos esa época en Asturias, y de diversas fundaciones ligadas hoy al movimiento obrero. Las personas que hayan leído La furia y el silencio y quieran ampliar los contenidos de este novedoso libro, les recomiendo los trabajos del historiador asturiano Rubén Vega, y del investigador Benjamín Gutiérrez que, actualmente, dirige la Fundación Juan Muñiz Zapico de Comisiones Obreras de Asturias. Hace seis años esta Fundación impulsó en Asturias el 40 aniversario de aquellos acontecimientos huelguísticos. De su intenso programa de actividades en 2002, permanecen hoy "escondidos" estos buenos resultados: dos trabajosos libros con el título Las huelgas de 1962 en Asturias (tomo 1) y en España (tomo 2), que escribieron una treintena de estudiosos españoles e internacionales coordinados por Rubén Vega; el catálogo de la espléndida exposición Hay una luz en Asturias, con Francisco Zapico Díaz de comisario; y un hermoso documental complementario, "Testigos de las huelgas de 1962", hecho por la Productora de la RTV de Asturias que dirige Francisco Orejas. Con estos sólidos trabajos y poniendo por delante la reciente y sugestiva "novela" La furia y el silencio, esa historia concreta del franquismo está bien preparada para impulsar la difusión de estos contenidos.

Jorge Martínez Reverte, madrileño y asturiano de adopción, es periodista, escritor y, aunque no lo reconoce, historiador, inquietante historiador. Hace unos días, presentando este libro en Oviedo, el periodista Javier Cuervo nos resumió muy bien las características de nuestro común amigo: es laborablemente promiscuo, va a su bola, cuando habla se despacha y cuando escribe factura historias.

Lo que más me interesa, en este caso, es resaltar su labor como historiador. Jorge Martínez Reverte ha seguido los consejos del veterano historiador Santos Juliá, confiando siempre en las fuentes primarias al escribir Historia. Por eso sus batallas de la guerra civil española siempre han sido potentes obras de gran éxito: La Batalla del Ebro, La Batalla de Madrid o La caída de Cataluña. Sus admiradores estamos esperando que complete esta serie con el imprescindible y posible nuevo título La caída del Frente Norte, que incluye la pronta caída del País Vasco y su ineficaz "cinturón" de Bilbao en 1937 (¡benditos gudaris!); la tremenda debacle de Santander; y, finalmente, la numantina "Maginot Cantábrica" y la desconocida Batalla del Oriente de Asturias, con las que, bien guiados por el reconocido historiador y montañero Luís Aurelio González Prieto, recorreremos con detalle los viejos escenarios de la guerra civil española en Asturias y León..

Gracias, Jorge, por La furia y el silencio. Nos queda pendiente La caída del Frente Norte.

Los recuerdos de algunos protagonistas
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Anita Sirgo

«Su lucha era la nuestra». La justificación de Anita Sirgo lleva dentro la de todas la mujeres de mineros que asumieron el conflicto. Un mes después de la primera huelga, recuerda, la estrangulación económica a que el régimen quiso someter a los mineros sublevados estuvo a punto de dar sus frutos. «Veíamos que iban a volver a entrar y perder un mes de lucha y teníamos que evitarlo». Así llegaron las reuniones, el maíz en los pozos y hasta un encierro de ocho días en la catedral de Oviedo para pedir la libertad de los detenidos. Y todo doblando el sacrificio, en la pelea y en casa: «Yo trabajaba en un bar en Lada y llevaba a los presos la comida que sobraba de las bodas». Había llegado el hambre y para Anita, cuya lucha inspiró el cortometraje «A golpe de tacón», cuatro meses en la cárcel, donde coincidió con su marido, con el que se comunicaba golpeando a taconazos las paredes del calabozo. Le raparon el pelo, la torturaron, pero a sus 78 años sigue sabiendo que allí las mujeres «fuimos decisivas».
Eladio Gueimonde /minero
«Sigo siendo rebelde, pensando lo mismo»

Eladio Gueimonde

«Éramos jóvenes, a lo mejor los que menos teníamos que perder», Eladio Gueimonde no sabe a ciencia cierta por qué ellos «los siete de Nicolasa», pero tampoco importa demasiado, ya fuera eso o «el ímpetu rebelde» lo que les empujó hacia la certeza de que «había que dar la cara». Él tenía veinte años y también recuerda que la política le quedaba muy lejos, que «lo que nos preocupaba era ganar más, ir al baile a Riosa y vivir un poco mejor». La política vino después porque «los partidos aprovechan las circunstancias». Lamenta las represalias, que él y sus compañeros sufrieron menos que otros, pero también acepta que tras las huelgas cambió el paisaje de los pozos. A sus 66 años, se siente «muy orgulloso de lo que hice y volvería a hacerlo si tuviera seis compañeros como auqellos. Si ahora trabajara seguiría siendo rebelde, sigo pensando igual que entonces». Y no se olvida de las mujeres, «las heroínas de la huelga. Sin ellas no habríamos resistido. Yo las nombraría catedráticas de Economía».

1 comentario:

marisa mg dijo...

Me gustaría saber donde me puedo informar mas sobre as que trabajaban en esa época en el del . Mi tia pertenecia a ese grupo de mujer. Un saludo. marisa mg

Me ha gustado mucho el articulo.