martes, 1 de noviembre de 2011

El hombre que venció a la guerra y a las medallas


Ayer, a los 79 años, falleció en San Sebastián, su amada ciudad, Juan María Bandrés, el fundador de Euskadiko Ezkerra, un símbolo indesligable de la lucha por la paz en Euskadi, en España y en el mundo. Siempre dije de él que cuando lo viesen pasar por la calle no dijeran “ahí va Bandrés” sino “ahí va una buena persona”. No dejó de serlo nunca.

Hoy le recuerdo como era antes de sufrir un doble infarto cerebral del que le ha estado cuidando su incansable esposa, Josefa, merecedora sin duda de un homenaje por su dedicación amorosa y por haber estado siempre al lado de su marido sufriendo con él los improperios de los violentos de extrema derecha o de extrema izquierda. Nunca se asustó.

En estas últimas semanas, como durante todo el proceso de paz que descompuso el sector duro de ETA, el de “Txeroki”, tras volar la T-4 de Barajas el 30 de diciembre de 2006, no he dejado de recordar una conversación que mantuve con Juan María Bandrés mientras negociaba con el Gobierno la disolución de la ETA político-milítar, los entonces famosos “poli-milis”, a principios de los ochenta. Juan Mari me contó cómo se encontraron por primera vez Mario Onaindia y él con la delegación del Gobierno con la que iban a negociar la disolución de la organización terrorista, que entonces encabezó el ministro de Interior Juan José Rosón. Lo que me dijo fue lo único que pidió que no sacáramos en el libro “Juan María Bandrés. Memorias para la paz”, concluido lamentablemente en 1985 y publicado tras su doble infarto cerebral con prólogo de Txillida y presentado por Adolfo Suárez y Oliva Bandrés, su hija.

El diputado y abogado vasco mantuvo un breve encuentro previo con el general José Antonio Sáenz de Santamaría, que acudió a las reuniones. Pensaba de él que era quien había dado la orden de que le enviasen una carta bomba como delegado del Gobierno que había sido desde el 1 de febrero de 1980 y porque se le había ligado con anterioridad a grupos ultras para-policiales como los Guerrilleros de Cristo Rey, el Batallón Vasco Español, Antiterrorismo ETA (ATE) o la Triple A, aunque él siempre dijo estar en contra de esos métodos.

A Bandrés también le negó que él hubiera tenido algo que ver con la carta-bomba y en “palillos a la mar” hasta ironizó diciendo que había cosas más discretas y efectivas que esas cartas y que, por ejemplo, el viaje en tren de Irún a París era muy largo y una persona podía desaparecer fácilmente. Superado el malentendido –que no el rencor porque Juan María jamás lo tuvo hacia nadie, como buen cristiano que lo era de verdad, aunque poco o nada practicante-, pensando en el futuro, el general le dijo entonces algo así como que se fuesen a la mesa porque iban a tener mucho trabajo y muchas complicaciones. El fundador de Euskadiko Ezkerra nunca olvidó la sentencia previa a la ocupación de la silla en la mesa negociadora. “Vamos a tener mucha gente metiéndonos palos en las ruedas porque si no hay guerra no hay medallas”.


Cubierta de la biografía de Bandrés.
Bandrés decía que siempre hubo extremistas de los dos bandos que intentaron dinamitar el proceso de negociación. Y, de hecho, ETA (p-m) sufrió una escisión que llevó a los menos preparados políticamente, los “beretzis”, parte de los comandos armados, los más militarizados, a la otra ETA, la militar, la que ahora ha anunciado, por fin, el cese definitivo de la violencia.

Los llamados “milis” siempre denostaron y atacaron a Bandrés porque representaba la sensatez, la visión clara de que el tiempo de las bombas y los tiros había sido superado por el desarrollo democrático de la transición. Coincidía con Onaindia en que el pueblo vasco había ejercido el derecho de autodeterminación votando las elecciones autonómicas. Incluso el brazo político de los milis, Herri Batasuna, participó en los primeros comicios, aunque siempre rechazaron todo lo que no fuera conseguir la independencia de la Euskal Herria española y francesa. En alguna ocasión incluso le llevaron a presencia de Argala por protestar sobre el impuesto revolucionario y este le recibió con la pistola sobre la mesa y le exigió que no se metiera en sus asuntos. “¿Quién eres tú para decirnos a quien debemos cobrar o no el impuesto revolucionario?”, le dijo. Y Bandrés le replicó: “Un ciudadano vasco”.

Lástima que su larga enfermedad, consecuencia del doble derrame cerebral que sufrió hace unos años, no le haya permitido comprender que su sueño de paz en Euskadi empezó a materializarse unos días antes de su fallecimiento. Fue el primer abogado de los militantes de la ETA romántica, antifranquista, inicial. Pudo haber vivido la gloria del poder presentándose con los nacionalistas del PNV, que se lo pidieron, como senador en las primeras elecciones de 1977 y optó por seguir siendo un defensor de anti-franquistas a quienes siempre trató de convencer de que con la transición había llegado la hora de abandonar las armas y luchar políticamente, como él mismo hizo siendo senador y diputado de Euskadiko Ezkerra, ayudando una y otra vez a que los secuestros (de Javier Rupérez, de otros) concluyeran felizmente. De hecho, rompió con ETA cuando la organización asesinó a Javier de Ybarra en el monte Gorbea en 1977, aunque fue diputado de su brazo político, Euskadiko Ezkerra, al tiempo que reclamaba a los suyos el fin de la violencia.

Una vez conseguido el abandono de las pistolas por parte de ETA (p-m), se volcó en una de sus grandes pasiones, la defensa de los refugiados de todo el mundo y fue nombrado presidente la CEAR, el Comité Español de Ayuda a los Refugiados vinculado a la ONU. Todos los premios que recibió tenían el mismo referente: la paz y la justicia. Entre ellos, el Memorial Juan XXIII, otorgado por la organización Pax Christi Internacional, por su trabajo en favor de la pacificación del País Vasco por la vía del diálogo y la negociación, el Olof Palme por su lucha en defensa de los Derechos Humanos o la Gran Cruz de la Orden Civil de la Solidaridad Social del Ministerio de Trabajo.

Ha muerto una buena persona, humilde, pacífica, un auténtico representante de la dignidad humana. Si su Dios cristiano existe, andará en el cielo de comisionado para el infierno, ayudando a los caidos
RAIMUNDO CASTRO.

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