
La frase no es mía. La pronunció algún comentarista occidental (puede que israelí) durante la ofensiva de Tel Aviv contra Gaza de finales de 2008, cuando 1.400 palestinos murieron bajo fuego israelí sin que la comunidad internacional –lo que consideramos el mundo desarrollado- moviera un dedo para evitarlo.
Israel, explicaba aquella voz que mi memoria se niega a identificar, está borracho de sangre y odio porque sólo eso explica que el Estado hebreo justifique sus matanza con grandes sonrisas en los canales internacionales mientras su munición condena a muerte a mujeres, niños y hombres. Su problema se está agravando, gracias a las dosis ilegales de impunidad que obtiene mediante sus principales proveedores, EEUU, la UE y la ONU, cada vez que justifican todos y cada uno de los excesos de Tel Aviv, violen las resoluciones y las leyes internacionales que violen.
Recuerda Mustafa Barguti, legislador, activista y uno de los hombres más lúcidos de Cisjordania, que en cualquier otra región del mundo lo acontecido en aguas del Mediterráneo –aguas internacionales, por si queda aún alguna duda- hubiera sido considerado una declaración de guerra hacia los países participantes en la flotilla de Free Gaza. Si Irán, o Siria, o Bielorrusia, o cualquier otro enemigo de Occidente hubiera atacado a seis barcos humanitarios cargados con 700 internacionales ya se estaría montando otra coalición de dispuestos para reducir al responsable a escombros.
Abordar con comandos de elite cualquier tipo de nave en zona internacional es una flagrante violación de las leyes, pero tampoco debería sorprender de un país que viene atropellando con total parsimonia la legislación internacional desde su creación y que está consumando un sistema de apartheid que no tiene nada que envidiar al implantado en Sudáfrica.
En declaraciones a Al Yazira, Barguti recuerda que el mero hecho de que prevengan la entrada de ningún barco en Gaza –para lo cual no hay que atravesar aguas israelíes- es simplemente ilegal, dado que oficialmente –según Tel Aviv- la franja es un territorio libre desde la retirada militar israelí de 2005. Como es ilegal que los accesos a la franja sean controlados por Tel Aviv y que sus residentes no tengan derecho a atravesar sus fronteras, por no hablar del embargo. Pero la comunidad internacional lleva cinco años haciendo la vista gorda, porque considera al grupo político que controla la franja –electo en las elecciones de enero de 2006- terrorista y eso nos permite someter a toda la población, un millón y medio de personas, a un castigo colectivo.
Barguti se muestra sorprendido por el hecho de que Israel trate de argumentar lo acontecido esta madrugada. Que si llevaban armas, que si los humanitarios trataron de linchar a los comandos israelíes, que si las ONG participantes tienen vínculos con grupos terroristas, que si trataban de romper el cerco ilegalmente… A mí no me sorprende. No son meras excusas, sino intentos de llevar a engaño a sus socios internacionales para lograr que, como siempre ocurre, no haya represalias contra Tel Aviv. Se trata de distraer con detalles no probados, con la letra pequeña, de confundir y de volver a los tediosos argumentos de siempre –“defendemos la Seguridad de Israel”- para justificar lo injustificable.
Déjenme contarles cómo funcionan las expediciones de Free Gaza, dado que tuve oportunidad de participar en una de ellas, cuando en enero de 2009 –en plena ofensiva israelí- zapamos a bordo del ‘Espíritu de la Humanidad’ desde las costas chipriotas. Durante una semana, los participantes –todos seleccionados en función de su posible utilidad para la misión, en aquel momento médicos, enfermeros, diputados que sirvieran de escudos humanos y periodistas que narrasen el viaje y posteriormente la ofensiva contra Gaza- fuimos adoctrinados en el comportamiento a bordo y en la estrategia a seguir en el caso de ser atacados, abordados, detenidos y/o trasladados a prisiones israelíes. Todos nos comprometimos por escrito a seguir las directrices de Free Gaza, y en especial a mantener un comportamiento pacífico fuera cual fuera el escenario al que nos sometiera Israel. No provocar a los soldados, no hablarles salvo ser coeccionados, no mostrar ningún comportamiento agresivo y también no dejar de seguirles la pista por si depositaban armas a bordo para justificar la agresión, uno de los principales temores del grupo.
Nadie de la larga treintena de pasajeros que intentó llegar a Gaza en aquel barco hubiera mostrado un comportamiento violento. Eran lo más alejado del perfil de hooligan con el que ahora las fuerzas israelíes describen a los humanitarios, como probablemente ocurra con la inmensa mayoría de los participantes en esta expedición. En medio del cerco marítimo, el miedo que provoca el asedio israelí, por no hablar de una intervención de las fuerzas de elite, inhibe cualquier tipo de provocación.
La acusación de que había armas a bordo es indignante: además de que los autoridades portuarias de los países que permitieron zarpar a los barcos tienen la obligación de examinar y notificar la carga, ningún diputado en su sano juicio –y había al menos 15 parlamentarios europeos a bordo- se habría implicado en una misión que pudiera ser descrita como una provocación armada.
Todas las excusas sólo vienen a distraer la atención, en una estrategia de relaciones públicas muy usada por el Gobierno hebreo. Ni la presencia no probada de armas o de soldados turcos -¿insinúan que Turquía pretendía invadir Gaza?- justificarían una acción militar en aguas internacionales, algo que va contra las leyes internacionales.
La portavoz israelí, Avital Leibovich, afirma que sus soldados “estuvieron a punto de ser linchados”. ¿Abordaron los humanitarios los barcos de guerra israelíes o trataron de volar hacia los helicópteros para lincharlos con piedras, palos y cuchillos, las armas que les atribuyen? Si no es el caso, me temo que incluso si hubo alguna agresión por parte de los activistas –algo todavía por probar- a los comandos israelíes en el contexto del abordaje estaría justificada como legítima defensa, dado que los uniformados estaban empleando fuego real y las vidas de los tripulantes estaban en peligro.
Lo más triste es que la reacción que, sin duda, generará este incidente sólo tiene lugar porque las víctimas son occidentales, porque son de los nuestros. Los decenas de miles de muertos palestinos que les precedieron desde el inicio del conflicto de Oriente Próximo no tienen el mismo valor en nuestra sociedad, siempre dispuesta a magnificar las declaraciones de nuestros socios, por más leyes que inflijan, y minimizar las de los otros, porque cuando se trata de los musulmanes la única presunción que vale es la de culpabilidad. Me cuentan que en España, algunos tertulianos afirman que “algo tuvieron que hacer” para que Israel reaccionase así, como si el Estado hebreo necesitase razones para disparar. Eso me recuerda al juez que absuelve al violador porque la violada llevaba minifalda. Si es que se lo andaba buscando.
No sé si este triste incidente tendrá consecuencias para Israel. Parece que Turquía amenaza con romper relaciones –sería el desenlace de un divorcio más que anunciado- mientras que varios Gobiernos europeos, entre ellos el español, llaman a consultas a sus embajadores. Por desgracia, la Historia de esta región se escribe con sangre, y sólo la sangre occidental puede cambiar su triste curso. Sólo es de esperar que el abordaje de la flotilla tenga dos consecuencias: el fin del embargo en Gaza, verdadero objetivo de toda la operación (que la bruma no oculte el puerto), y un cambio en las relaciones occidentales con Israel. La comunidad internacional no sólo tiene la obligación de dejar de proporcionar impunidad a este conductor borracho y homicida; también tiene la obligación –contraída mediante las convenciones internacionales- de pararle antes de que siga matando inocentes.
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